Esto de aquí es el principio de
Ferhadija, la calle que conduce desde
la Llama, en Maršala Tita, hasta
Baščaršija, el barrio otomano. Está llena de tiendas, cafés, terrazas, restaurantes, algún parquecito, venta ambulante, conciertos en verano... y es donde la gente de Sarajevo se deja ver, se reencuentra, se cita. Aquí no parece muy animada, pero os aseguro que lo es. Las luces que cuelgan son la iluminación para Ramadán, que este año aprovecharán también para Navidad.

Siguiendo esta calle, más adelante y a la izquierda, está la pequeña catedral católica. Y cuando la calle se adentra en Baščaršija, una vez pasada la
Esquina Dulce (que se llama así porque históricamente siempre ha habido allí cuatro pastelerías, una en cada esquina del cruce), a la derecha, aparece una de las maravillas de la ciudad, la gran mezquita.
Dentro es impresionante, las alfombras fueron regaladas por países de todo el mundo después de la guerra. Pero fuera, el patio, es una auténtica maravilla. Es una burbuja de remanso, en el que parece que el tiempo se haya detenido hace mucho, y una vez que entras, con tus pies o con la mirada, quedas atrapado en ese tiempo detenido, sostenido por el sonido del agua corriendo, borboteando desde la fuente. Y el silencio. El muro del patio ofrece otra fuente en la parte exterior, para los que pasean por allí. Se dice que quien bebe de ese agua siempre que quiera volverá a Sarajevo. La presencia de las fuentes es parte de la tradición musulmana: dar de beber y de comer al viajero, al visitante, al que lo necesita. Y de ahí nace también la historia de esta mezquita.
Morica Han está enfrente de la mezquita, muy cerca de ella. Es un restaurante heredado también de ese pasado que parece tan lejano. En su día era una posta que regentaban dos hermanos. Ofrecían comida y bebida gratis a todos los viajeros, y acabaron convirtiéndose en dos hombres tan populares y poderosos que el sultán conspiró para hacerlos asesinar.
Un hombre de esta familia, para reconciliarse con el sultán, hizo construir la mezquita para que llevara su nombre. Al tiempo hizo construir otra, más pequeña, al otro lado del río, para honrar él a Alá. Al sultán le hicieron llegar la noticia, y pensó que la mezquita que el hombre quería para sí mismo sería mejor que la suya, así que le obligó a cambiarlas, y la gran mezquita se quedó con el nombre de a quien de verdad le correspondía.
Siento no poder enseñaros más fotos de Ferhadija ni de Baščaršija. Tengo poquitas, pero es que además no puedo subir más que una.
Y a veces hay que mantener el misterio de lo que hay más allá, que vuele la imaginación...